(IVÁN): LA GRACIA PERPETUA

(IVÁN): LA GRACIA PERPETUA

am 02.04.2007 18:12:07 von IVAN VALAREZO

Sábado, 31 de marzo, año 2007 de Nuestro Salvador Jesucristo,
Guayaquil, Ecuador - Iberoamérica

(Felicidades a ECUAVISA y a TELEVISTAZO por sus cuarenta años
de servicio profesional y de alta calidad a la comunidad
ecuatoriana. Y también muchas felicidades por ese niño que
les ha nacido, en estos días, de parte de Gabriela Baer,
comunicadora profesional de contacto directo, engrandeciendo
así el elenco de ECUAVISA. Que nuestro Padre Celestial
bendiga al niño, hoy en día y por siempre, en el nombre
glorioso de nuestro Señor y salvador celestial, ¡el Señor
Jesucristo!, para que cada paso de su vida por la tierra sea
para bien y para gloria infinita de nuestro Dios y Padre
Celestial de nuestras vidas infinita, en la tierra y en el
cielo, también, eternamente y para siempre. ¡
Congratulaciones, por igual, a todos los nuevos padres y
madres del Ecuador entero que abrazan a sus recién nacidos,
por vez primera o por muchas veces más!)

(Este Libro fue Escrito por Iván Valarezo)


LA GRACIA PERPETUA

La gracia del paraíso es nuestra, porque emana del Árbol de
la vida, el Señor Jesucristo, a todo ser viviente del cielo y
de la tierra. Y con ésta gracia celestial, el ángel del cielo
y así también todo hombre, mujer, niño y niña de la humanidad
entera, tiene comunión perfecta con Dios y con su Espíritu
Santo día a día y por siempre, en la eternidad venidera.

Es por eso, que todo lo que es del Señor Jesucristo es muy
fundamental en la vida del hombre, en la tierra y en el
paraíso, también, para el infinito, porque somos del
infinito; así como Dios es del infinito, pues, así también
cada uno de todos nosotros, en nuestros millares, en toda la
tierra, somos del infinito. Es por eso, que la gracia
maravillosa y todopoderosa del paraíso es muy esencial para
nuestros corazones y para nuestro diario vivir, en el
paraíso, en la tierra y en La Nueva Jerusalén Santa y
Perfecta del cielo, por ejemplo.

Entonces debemos de dar gracias a nuestro Dios y a su
Jesucristo día y noche en nuestras vidas por su gran obra
sobrenatural, que no sólo ha cumplido y exaltado la Ley en la
vida del hombre, pero también le ha puesto fin al pecado y a
su ángel de la muerte, en el infierno. Porque la gracia
todopoderosa e infinita del Árbol de la vida y de su Ley le
ha puesto fin al pecado y al ángel de la muerte, en la vida
de cada hombre, mujer, niño y niña de la humanidad entera. Y
esta gracia del paraíso y perpetua sólo existe para nosotros,
eternamente y para siempre.

Porque el Señor Jesucristo nació entre los hombres, para
vivir la Ley y llevarla a los árboles cruzados de Adán y Eva,
sobre la cima de la roca eterna, en las afueras de Jerusalén,
en Israel, para ponerle fin al pecado y hacer entonces que el
Espíritu de la Ley se convierta en la gracia infinita de
siempre, del paraíso. La única gracia celestial de Dios, la
cual redime el alma del hombre de todos sus males, y lo lleva
entonces de regreso a su lugar de siempre, el cielo, el
paraíso, para que siga viviendo su vida infinita, en la
inmensidad gloriosa de Dios y de su Árbol de vida eterna, de
la brillante eternidad celestial.

Entonces la gracia milagrosa de la gran obra eterna de
nuestro redentor, el Señor Jesucristo, nos libra de todo
pecado, de toda enfermedad y de toda muerte eterna, en la
tierra y en el más allá, también, como en el bajo mundo del
infierno y del lago de fuego, por ejemplo. Ésta gracia
infinita de Dios sólo es posible en la vida del hombre, si
tan sólo cree en su corazón y así confiesa con sus labios: el
nombre salvador del Hijo amado de Dios, ¡el Señor Jesucristo!

Ya que, sólo el Señor Jesucristo es la plenitud de la gracia
verdadera, justiciera, santificadora y salvadora de Adán y de
cada uno de sus descendientes, en sus millares, de todas las
razas, pueblos, linajes, tribus y reinos de la tierra. Por
eso, cuando Adán y Eva comieron del fruto prohibido del árbol
de la ciencia, del bien y del mal, entonces en el mismo
paraíso, por vez primera, deshonraron la Ley Divina y
mataron, de golpe, su gracia infinita, la cual se encontraba
individualmente de todo hombre, en la vida gloriosa y
sumamente honrada de nuestro salvador, ¡el Señor Jesucristo!

Por lo tanto, el Señor Jesucristo no pudo hacer nada por Adán
y Eva, en el paraíso, ni por ninguno de sus descendientes, en
el día que estaban de pie delante de su Dios y Creador de sus
vidas, por culpa de su rebelión; pues ambos habían violado la
Ley y su gracia celestial, del fruto de la vida eterna. Algo
que ambos jamás debieron haber hecho, por ninguna razón de
sus vidas celestiales, para quebrantar la palabra y el
mandato directo de Dios, de no comer del fruto prohibido
jamás, pero si del fruto de la vida eterna, su Hijo amado, su
único gran rey Mesías para sus vidas, en la eternidad del
infinito.

En aquel día, nuestro Dios sólo veía su Ley quebrantada en la
vida de Adán y de cada uno de sus descendientes, en sus
millares, en toda su creación, para juzgarlos día y noche y
hasta que se arrepientan terminantemente por sus pecados, por
sus rebeliones, por sus culpas infinitas, en contra de su
palabra y de su gracia celestial. Pues bien, lo que había
sido gracia y paz para Adán y los suyos, entonces no quedaba
nada en el paraíso, sino total desamparo y destrucción por
doquier en el cielo, de todo lo bueno que habían conocido en
el reino de Dios y de sus huestes celestiales, también.

No quedaba nada delante de Dios, porque el Señor Jesucristo
había sido rechazado y, a la vez, herido mortalmente por las
palabras de Adán y de Eva, al creer a la mentira de Lucifer y
de su fruto prohibido, para mal de sus vidas y de los demás,
también, por doquier en toda la creación y hasta nuestros
días. Y éste espíritu de la gracia, de la Ley y del Árbol de
la vida, era muy importante en el paraíso, para que Adán
pudiese seguir viviendo con los suyos en él.

Pero como Cristo había sido rechazado, por lo tanto, anulado
su poder sobrenatural de su fruto de vida y de su gracia
infinita, entonces no podía hacer nada por ninguno de ellos,
hasta que el espíritu de la gracia de la Ley sea en el
paraíso y por toda la creación, también, restaurada a su
gloria anterior y de siempre. Es por eso, que al Señor
Jesucristo sólo le quedo, en aquel día de la caída de Adán,
nacer del vientre virgen de una de las hijas del hombre, no
en el paraíso, sino en la tierra de nuestros días, como en la
tierra escogida por Dios, para éste gran propósito infinito
para bien de la humanidad entera.

Con el fin de que la Ley sea vivida en su vida y cumplida, al
mismo tiempo, en su corazón y en el corazón de todos los
hombres, mujeres, niños y niñas de la humanidad entera,
comenzando con Adán y Eva, por ejemplo, aun muertos, sobre la
cima de la roca eterna, en las afueras de Jerusalén, en
Israel. Para ponerle fin al pecado, de una vez por todas y
para siempre, y entonces volver así abrir el espíritu de los
poderes sobrenaturales de la gracia infinita de la Ley de
Dios, cumplida y sumamente honrada, en la vida de nuestro
Señor Jesucristo, en la tierra y en el paraíso, eternamente y
para siempre.

Para que todo hombre que desee acercarse a su Dios y a su
trono de la gracia y de la misericordia, para pedirle el
perdón de su alma y la sanidad de su cuerpo y de su vida
total, también, en la tierra y en el cielo, entonces lo pueda
hacer, sin ningún problema alguno. Lo pueda hacer realmente
día y noche y por siempre su oración, en el nombre sagrado de
su Hijo amado, ¡el Señor Jesucristo!, para que ningún mal
dañe su vida ni sus tierras, ni que ningún bien jamás le
falte en su vida ni en la de los suyos, también, en todos los
días de su vida y para siempre.

Visto que, sólo el Señor Jesucristo es el autor de nuestra
gracia infinita, como lo fue en su día para Adán y Eva, en el
paraíso antes que ambos violaran el mandato de la Ley de Dios
y de su fruto de vida eterna, la gracia de Sión, el santo de
Israel y de la humanidad entera, ¡el Señor Jesucristo! Porque
sabe nuestro Dios muy bien en su corazón, que ningún hombre,
mujer, niño o niña de la humanidad entera, podrá jamás vivir
sin la gracia del Señor Jesucristo y de su Ley cumplida y
sumamente honrada en su vida, en la tierra ni en el paraíso,
ni menos en el nuevo reino celestial, por ejemplo,
eternamente y para siempre.

Es por eso, que el Señor Jesucristo es muy trascendental e
imprescindible para la vida del hombre, en el paraíso y en
todos los lugares de la tierra, del ayer y de siempre, para
poder entonces vivir en la verdad, en la justicia, en la
santidad perfecta de la Ley de Dios y del reino de los
cielos. La Ley de Dios y del paraíso eternamente cumplida por
Cristo mismo, en el corazón, en el alma y en todo su espíritu
humano y eterno, en la tierra y en el paraíso, también, para
agradar a su Dios y Creador de su nueva vida infinita, para
miles de siglos venideros, en el más allá, en su nuevo reino
celestial.

Pues bien, la gracia de Dios es parte del corazón de nuestro
Padre Celestial y de su Espíritu Santo, para enriquecimiento
sobrenatural de su vida eterna, en el paraíso, en la tierra y
en el nuevo reino de los cielos, como en La Nueva Jerusalén
Santa e Infinita del cielo. Pues así también debe de ser en
el corazón de cada uno de sus seres creados ángeles del cielo
y hombres, mujeres, niños niñas de la humanidad entera, para
que siempre haya armonía infinita entre el cielo y la tierra,
entre Dios y toda vida del paraíso y de la tierra,
eternamente y para siempre.

Si, la gracia de nuestro Señor Jesucristo es más poderosa que
todos los poderes del mal del pecado y de su muerte eterna,
en la tierra y en el bajo mundo de los muertos, también, para
siempre. Con la gracia de nuestro Señor Jesucristo entonces
"el favor de Dios" reina en nuestras vidas día y noche y más
no el pecado ni su muerte eterna, en la tierra ni en el más
allá.

Y si la gracia de Cristo reina en tu vida, porque habrás
creído en Él y en su gran obra redentora, de donde ha salido
el fin del pecado y la gracia sobrenatural de vida y de salud
infinita de la Ley cumplida y eternamente honrada de Dios,
entonces le podrás pedir a Dios lo que desee tu corazón. Y Él
mismo te lo otorgara todo, ni más ni menos, sólo con creer en
tu corazón en el nombre sagrado de su Hijo amado, el Señor
Jesucristo, para bien de tu vida y para bien de muchos,
igualmente, en todos los lugares de la tierra y del paraíso,
también, en el cielo, por ejemplo.

Puesto que, si la gracia del Árbol de la vida está en ti, por
el poder del espíritu de tu fe, en su Hijo amado, entonces tu
lugar infinito, tu hogar eterno del paraíso, espera por tu
pronto retorno a tu vida antigua del cielo y de siempre.
Porque jamás debiste haberla abandonado, esa vida tan grande,
tan gloriosa, tan honrada del cielo, por la falta de la
gracia del Señor Jesucristo, en la vida de Adán y Eva, por
ejemplo. Pero como ambos se burlaron de la gracia de Cristo
con las palabras de Lucifer, rompiendo así la Ley del
paraíso, entonces tuvieron que perder sus vidas celestiales.

Y el que se burlare de Cristo, su única gracia redentora de
su vida en la tierra y en el paraíso, también, entonces
nuestro Dios mismo lo llamara a cuentas, para que responda
por la maldad de su corazón y de su vida hacia Él y hacia su
Hijo amado, ¡el Señor Jesucristo! Porque nadie se podrá
burlar de la gracia salvadora de su Árbol Viviente, como lo
hicieron Adán y Eva, por ejemplo, en el paraíso, y se queden
sin su castigo justo en sus vidas, ya sea en el cielo o en la
tierra, a nuestro Dios le da igual, siempre y cuando se le
haga justicia a su Jesucristo.

SI, ASÍ ES: DIOS MISMO SE BURLARA DE LOS QUE SE BURLAN DE SU
GRACIA

Ciertamente nuestro Padre Celestial se burlará de los que se
burlan en su gran día, pero a los humildes concederá gracia,
que Adán y Eva perdieron en el paraíso, al no comer y beber
de su fruto de vida eterna, su Hijo amado, ¡el Señor
Jesucristo!, cada vez que invoquen su nombre santo, en sus
corazones y con sus labios. Porque no es posible que los que
se han burlado de la gracia del Señor Jesucristo, entonces
vivan para contarlo a los impíos, como ellos mismos.

Por lo tanto, los sabios poseerán honra delante de su
presencia santa, porque entienden a su Hijo amado en sus
corazones y en sus espíritus humanos, pero no así con los
necios. Los necios morirán en sus tinieblas eternas, si no se
arrepienten de sus males infinitos de sus corazones y de sus
almas vivientes, también, de no creer en la verdad, la
justicia y la santidad perfecta del espíritu de la gracia de
la Ley y de su gran rey Mesías, el Cristo.

Ciertamente, los necios cargarán con la afrenta de sus
pecados, por los siglos de los siglos, en el más allá, entre
llamas ardientes del fuego eterno del infierno; es más, la
afrenta de sus burlas jamás se alejara de sus corazones,
durante los días de su vida por la tierra ni aun en su
castigo eterno del lago de fuego. Los necios jamás volverán a
conocer lo que es vivir en paz, en sus vidas, por sus culpas,
por sus pecados y por sus grandes maldades hechas en contra
de su Dios tan santo y tan justo, como sólo lo ha sido
nuestro Padre Celestial y su Hijo amado, el Señor Jesucristo,
desde la eternidad y hasta la eternidad venidera.

Por ello, todo lo que haya sido vida y felicidad en sus vidas
pecadoras y rebeldes al Señor Jesucristo, entonces se tornara
en llamas de tormentos eternos, porque ya no hay más gracia
protectora para sus vidas de parte del Árbol de la vida, el
Señor Jesucristo, para siempre. Y porque, además, el lago de
fuego ha sido creado sólo para los necios, para que reciban
su segunda muerte final, la muerte de la vida de todo pecador
y pecadora que haya vivido su vida de maldad en contra de la
Ley Celestial y del Señor Jesucristo, en ésta vida, en ésta
tierra, de hoy y de siempre.

Y nuestro Dios ha de castigar a los que se burlan de su
gracia infinita, porque no es posible que su Hijo amado sea
burlado, ni ninguno de los suyos, tampoco, por ningún pecador
en el paraíso ni en ningún lugar de toda su creación, como en
la tierra de nuestros días, por ejemplo. Porque el que se
burla del Señor Jesucristo y de su espíritu de gracia,
alcanzada sobre la cima de la roca eterna, con su alma santa
y con su sangre viviente, para la expiación del pecado,
entonces ya no tendrá otra vida santa y otra sangre bendita,
para hacer expiación por su vida, en el altar de Dios, para
siempre.

Es por eso, que todo lo que el hombre sembrare en la tierra,
durante los días de su vida, entonces eso mismo ha de recoger
en el día final, delante de Dios y de su Árbol de vida, ni
más ni menos. Es decir, también, de que si el hombre sembró
para bien, entonces para bien ha de recoger; pero si hizo lo
contrario, sembrando lo malo en todos los días de su vida por
la tierra, entonces sólo el mal ha de recoger día y noche y
hasta que finalmente su alma perdía en sus profundas
tinieblas, caiga en el infierno.

Porque toda palabra y acción de la vida del hombre y de la
mujer está escrita en los libros de Dios en los cielos, para
ser abiertos en el día del juicio final de todas las cosas,
en el más allá. Porque nuestro Dios es justo, y él jamás se
ha burlado de nadie que haya sido justo con su Hijo amado, el
Señor Jesucristo, delante de su presencia santa, en el
paraíso y en la tierra, sino todo lo contrario. Nuestro Dios
ha amado a todo hombre, mujer, niño y niña que ha sido justo
con su Hijo amado, el Señor Jesucristo.

Pero a los impíos, sólo les espera todas sus malas palabras y
malas acciones escritas en los libros del cielo, para su
juicio y su castigo final, en el lago de fuego, en el más
allá. Y nuestro Dios jamás se ha agradado de la muerte del
impío y del necio, sino todo lo contrario. Nuestro Dios
siempre ha deseado que ellos se acerquen a Él, por medio de
su gracia infinita y redentora de sus vidas, su Hijo amado,
el Señor Jesucristo, para que vivan y dejen de morir para
siempre.

Porque nuestro Dios sólo desea ver verdad, justicia y
santidad perfecta en la vida de cada hombre, mujer, niño y
niña de la humanidad entera, para que vean por siempre la
vida y jamás la muerte del infierno o del lago de fuego, por
ejemplo, ni ningún mal desconocido o escondido del más allá,
para destruir sus vidas. Es por eso, que nuestro Padre
Celestial llama a Adán primero y luego a Eva ha comer por
siempre de su fruto de vida eterna, porque sólo su Hijo amado
es la gracia verdadera y salvadora de todo hombre, mujer,
niño y niña del paraíso y así también de toda la tierra, de
nuestros días y de siempre.

Y ésta gracia divina del paraíso está, hoy en día, con cada
uno de nosotros, en todos los lugares del mundo, como lo
estuvo con Adán y Eva en sus días de vida celestial, en el
paraíso, para que coman y beban de Él, eternamente y para
siempre, junto con los suyos y los ángeles del cielo,
también, por ejemplo. Y toda ésta gracia celestial, sólo es
posible, hoy en día, como lo fue con Adán y Eva en el
paraíso, en tan sólo creer en el corazón y confesar con los
labios: el nombre sagrado de su Hijo amado, ¡el Señor
Jesucristo!

Sólo el Señor Jesucristo es la gracia redentora de Dios para
la humanidad entera, de hoy y de siempre. Porque fuera del
Señor Jesucristo no hay ninguna verdad, justicia ni santidad
posible, para ninguno de sus seres creados, por más santos
que sean en el cielo, como los ángeles, o en la tierra, como
los hombres y mujeres de toda su creación, por ejemplo. Y
cada uno de ellos, en sus millares, necesita de la gracia de
Dios y del Señor Jesucristo para ver la vida eterna, desde la
tierra y hasta finalmente entrar de lleno, en el nuevo reino
de los cielos.

Además, sin la gracia del Señor Jesucristo, entonces no hay
vida alguna posible para ese hombre o para esa mujer, sea
quien sea la persona, en la tierra o en el paraíso,
eternamente y para siempre. Entonces el que ha recibido a su
Hijo amado, en su corazón, como su único salvador personal,
en esta vida y en la venidera, también, está cumpliendo con
su Dios, con su Espíritu Santo y con su Ley Suprema, desde el
momento que ha invocado el nombre sagrado del Señor
Jesucristo con sus labios, en su vida.

Y esto es verdad, salud, paz, justicia, santidad y vida
infinita para ese hombre y para esa mujer, en la tierra y así
también, lo mismo, en el paraíso o en La Nueva Jerusalén
Santa e Infinita del cielo, por ejemplo. Por lo tanto, el tal
ya no se está burlándose de la verdad, justicia y santidad de
su Creador, sino que habrá cumplido con Él, su Dios y Señor
de su vida, eternamente y para siempre, en todo lo que es la
palabra y la Ley Divina, sólo posible en la vida del Señor
Jesucristo, su único posible salvador celestial.

Además, esto es, por cierto, vida y salud en abundancia para
su vida y para la vida de muchos, en la tierra y en el
paraíso, también, desde hoy mismo y eternamente y para
siempre, en la eternidad venidera de Dios y de su Árbol de
vida. Efectivamente, esto es el poder de la gracia de Dios en
la vida del hombre, de la mujer, del niño y de la niña de la
humanidad entera, desde el paraíso y en la tierra, tal como
Dios llamo a Adán y a Eva que le obedecieran a Él, para
cumplir toda verdad, justicia y santidad celestial, para
vivir infinitamente.

Es por esta razón, que siempre ha sido bueno, y jamás por
demás, de recibir y de honrar por siempre el nombre sagrado
de toda la verdad, justicia y santidad de nuestro Padre
Celestial que está en los cielos, para que Él jamás sea
burlado por nuestros corazones, ni por nuestros labios y
vidas infinitas, de nuestros espíritus humanos. Porque el que
no tiene a Cristo Jesús viviendo en su corazón, entonces vive
burlándose de su Dios y Creador de su vida, en la tierra y en
el paraíso, también; es decir, que su vida no tiene ninguna
bendición de la gracia verdadera e infinita de la vida santa
del paraíso y de nuestro Padre Celestial, en la tierra.

Ya que, el que no ha vivido, con su corazón y con su espíritu
humano, el amor y la vida de su Árbol de vida, entonces ha
caído en el mismo error de Adán y Eva del paraíso, para
perdición y condena eterna por sus palabras y por sus
acciones equivocadas, delante del fruto de la vida, ¡el Señor
Jesucristo! Y para nuestro Dios esto es pecado, en el paraíso
y por toda la tierra, también, ni más ni menos. Realmente,
esto es algo, o un mal terrible, que Dios jamás ha deseado
ver en ninguno de sus seres amados, como ángeles del cielo u
hombres y mujeres de la humanidad entera, del ayer y de
siempre.

Puesto que, todo aquel que honra a su Hijo amado, el Señor
Jesucristo, entonces ha honrado su palabra y su Ley Viviente,
la cual jamás ha de morir en ésta vida ni en la venidera,
tampoco. Porque los cielos y la tierra han de pasar, pero
jamás la palabra que ha salido de la boca de Dios, sino todo
lo contrario.

La palabra de Dios ha de seguir llenando los corazones y las
vidas de los ángeles del cielo y así también de todo hombre,
mujer, niño y niña de la humanidad entera, de la verdad,
vida, salud, justicia, amor, paz, sabiduría y muchos poderes
y maravillas sobrenaturales de su Árbol Viviente, su Hijo, el
Señor Jesucristo, eternamente y para siempre. Para que
entonces Él jamás sea burlado de ninguno de sus enemigos, ni
menos de ninguno de sus seres creados, como ángeles del cielo
y hombres, mujeres, niños y niñas del paraíso y de la tierra,
también, en la nueva eternidad venidera de su nuevo reino
celestial, por ejemplo.

Porque el cielo y con sus nuevas tierras del más allá,
realmente, no conocen la burla ni la maldad de ningún rebelde
o pecadora a su nombre, palabra o la Ley Santa de su Hijo
amado, sino todo lo contrario. Todo es vida, en el nuevo
reino de Dios. Es más, el Espíritu de la vida santa del nuevo
reino de Dios sólo conoce del amor, la verdad, la justicia y
la santidad infinita del fervor de la vida eterna y sumamente
gloriosa, de su Árbol de la vida, ¡el Soberano de Israel y de
la humanidad entera!, ¡el Hijo de David, el Cristo!

Es por eso, que todo aquel que ha recibido al Señor
Jesucristo en su corazón y en toda su vida, como su único y
suficiente salvador de su alma eterna, por los poderes
sobrenaturales de su nombre y de su sangre bendita, entonces
ya no vive en él o en ella, el espíritu de la burla, sino
todo lo contrario. Realmente ahora vive en su corazón el
Espíritu de la vida eterna, el Espíritu Santo y su Hijo
amado, el Cristo de Israel y de la humanidad entera, ¡el
Señor Jesucristo!

Y éste Espíritu Divino y de Jesucristo ya no permitirá el
espíritu de la burla que viva más en el corazón de aquel
hombre, mujer, niño o niña, sino que sólo los frutos de la
vida y de la salud eterna, vivirán y se manifestaran día y
noche en aquella vida humana y bendecida eternamente, por la
gracia de Cristo. Y éste Espíritu de Dios ha de ser por
siempre sólo lleno del amor de Dios y de los milagros,
maravillas, prodigios del cielo y de la tierra, en la vida de
aquel hombre o mujer, eternamente y para siempre, en la
tierra y en el nuevo reino de los cielos, para el gozo
infinito del corazón de nuestro Dios.

Por ende, sólo así los entendidos, los sabios de Dios y de su
Espíritu Santo, han de vivir felices y eternamente gozos en
sus corazones, bendecidos por la palabra y por la Ley de
Dios, porque realmente habrán entendido el amor de Dios,
manifestado plenamente en la vida gloriosa e infinita del
evangelio vivo, de nuestro Señor Jesucristo. Y no así con los
necios, ellos seguirán viviendo en sus profundas tinieblas
del más allá, de donde jamás han salido, desde el comienzo de
las cosas y hasta nuestros días, por ejemplo, para ver la luz
viviente del Señor Jesucristo, su Hijo amado, en sus
corazones y en sus almas eternas, en esta vida y en la
venidera, también.

Los necios han de seguir sus caminos de siempre y hasta la
eternidad, en donde caerán entre las llamas ardientes de la
ira de Dios, en el infierno, para jamás volver a tener la
oportunidad, como hoy en día, por ejemplo, de llegar a un
entendimiento sano y concreto en sus corazones, de que el
Señor Jesucristo es "el SEÑOR". Y esto seria para ellos, la
fe del espíritu de la gracia divina y salvadora de sus vidas
y de sus almas eternas, para que mueran para el pecado y
vivan por siempre para la gracia redentora, de la Ley de Dios
y de su gran rey Mesías, ¡el Señor Jesucristo!

Pero, desdichadamente, los necios han de morir en el espíritu
de su burla infinita hacia su Dios y Creador de sus vidas, al
no creer en sus corazones de que el Señor Jesucristo es su
unigénito, desde la antigüedad y hasta siempre, por ejemplo,
como en nuestros días, en todos los lugares de la tierra y de
su humanidad infinita. Porque sólo su Hijo amado es la
verdadera justicia, santidad y gracia salvadora e infinita
para el corazón y la vida de los ángeles del cielo y así
también para todo hombre, mujer, niño y niña de la humanidad
entera, incluyéndote a ti y a cada uno de los tuyos, también,
mi estimado hermano y mi estimada hermana. Y, entonces no
mueras jamás la muerte de Adán y de su pecado original del
paraíso, por ejemplo.

ADÁN MATA A TODOS CON SU PECADO, PERO LA GRACIA DE CRISTO LES
DA VIDA ETERNA EN ABUNDANCIA, NO OBSTANTE

Así que, como la ofensa de Adán alcanzó a la humanidad
entera, desde el paraíso y hasta toda la tierra, también, sin
hacer jamás excepción de persona alguna, para la condenación
infinita de sus almas vivientes, como hoy en día en tu vida,
también, mi estimado hermano y mi estimada hermana. Pues así
también la justicia realizada por el Señor Jesucristo alcanzó
a todos los hombres, mujeres, niños y niñas, también, para la
justificación de vida eterna en la tierra de nuestros días y
en la tierra del nuevo más allá de Dios y de sus huestes
celestiales, como en La Nueva Jerusalén Santa e Infinita del
reino celestial.

Y esto es gracia divina e incansable para el hombre pecador
de toda la tierra, como Adán, por ejemplo, en el paraíso;
pero la tenemos hoy en día, a nuestra disposición, a nuestro
alcance con tan sólo creer e invocarla, en nuestros corazones
y con nuestros labios, gracias a los poderes sobrenaturales
de nuestro Señor Jesucristo, el salvador del mundo. Porque
como por la desobediencia de un solo pecador, muchos fueron
constituidos pecadores; también, pues igual, por la
obediencia de su Hijo amado, el Cristo de Israel y de la
humanidad entera, entonces muchos serán constituidos justos y
dignos de la nueva vida infinita, del nuevo reino de los
cielos, en la tierra y en el más allá.

Por ello, sólo esto es la vida eterna para nuestro Padre
Celestial, en el corazón y en el alma viviente de todo
hombre, mujer, niño y niña, de las naciones de toda la
tierra, de que tan sólo crean en sus corazones y así
confiesen con sus labios a su Hijo amado, ¡el Cristo del ayer
y de siempre! Y esto es como los ángeles del cielo, por
ejemplo, de que su Jesucristo es su única gracia infinita de
sus vidas, en la tierra y en el paraíso, también, para Adán y
cada uno de sus descendientes, desde hoy y eternamente y para
siempre, en la nueva eternidad venidera, de la vida del nuevo
reino de los cielos.

Es por eso, que nuestro Dios envió su Ley Santa a la vida del
hombre, desde el comienzo de las cosas con Israel, por
ejemplo, con el propósito no sólo de marcar el pecado, sino
también para darle a conocer al pecador que está pecando,
osea haciendo cosas malas ante su Dios, con sus palabras y
con sus acciones rebeldes. Palabras y acciones rebeldes, las
cuales no producen ningún bien a nadie ni menos gracia alguna
para Dios para entonces bendecirlos, como ha bendecido a su
Hijo amado, el Señor Jesucristo, eternamente y para siempre,
en el paraíso y en la tierra, también, para bien de muchos en
todas las naciones del mundo, por ejemplo.

De hecho, esto es pecado para muerte, como cualquier rebelión
del hombre, para Dios en el paraíso y en la tierra, también.
Y cuando esto sucedió, es decir, cuando se engrandecía el
pecado en la vida del hombre rebelde e inmoral, entonces
sobreabundó la gracia de nuestro Señor Jesucristo, para
perdonar el pecado y darle vida al corazón y al alma viviente
del hombre que desease ver a su Dios y Creador de su nueva
vida infinita, en el cielo.

En vista de que, sólo por medio de la verdad, de la justicia
y de la santidad perfecta del Árbol de la vida, es que
nuestro Padre Celestial puede perdonar todo pecado, en el
corazón y en el alma viviente del hombre, de la mujer, del
niño y de la niña de la humanidad entera, del ayer y de
siempre. Para que así como el pecado reinó para muerte, desde
la caída de Adán, de la gracia de Dios en el paraíso, por
ejemplo, pues entonces la gracia reine no sólo en el paraíso,
sino por toda la tierra por la justicia, para una nueva vida
infinita, sólo posible por medio del fruto de la vida eterna,
nuestro Señor Jesucristo.

Porque la realidad es que sólo el Señor Jesucristo es la
verdad, la justicia, la santidad y la vida eterna de Adán y
de cada uno de sus descendientes, en el paraíso y por toda la
tierra, también, comenzando con Eva, por ejemplo. Y esto es
sigue siendo la verdad celestial, desde la antigüedad y hasta
nuestros días, por ejemplo, para bendecir a todo hombre,
mujer, niño y niña de la humanidad entera, de todas las
razas, pueblos, linajes, tribus y reinos del mundo entero,
sin jamás hacer excepción de ningún ser humano, eternamente y
para siempre.

Para que entonces cada uno de ellos, en sus millares, llegue
a tener una relación y comunión perfecta con su Dios y
consigo mismo, en la tierra y en el paraíso, desde hoy mismo
y para siempre, en la eternidad venidera, del nuevo reino de
los cielos, de Dios y de su Árbol de vida eterna, ¡el Señor
Jesucristo! Porque no era imparcial para un Dios justo del
cielo y de la tierra, de que todo hombre y mujer se pierdan
eternamente y para siempre, en el poder del pecado de un sólo
pecador, como Adán en el paraíso, por ejemplo.

Adán quien realmente quebranta la Ley de Dios, en su corazón
y en toda su vida, sin jamás haberla conocido palabra por
palabra y letra por letra, como la conocemos hoy en día, en
toda la tierra, por ejemplo. Porque la Ley de Dios dice no
mataras… Pero Adán mata al Señor Jesucristo primero, al no
comer y beber de sus frutos, en el paraíso, cuando tuvo la
oportunidad de hacerlo así en su vida, para bien de muchos,
sino que hizo todo lo contrario.

Como muy bien sabemos ya, Adán comió del fruto prohibido,
para destrucción de toda vida en el paraíso y así también en
toda la tierra, de hoy en día y de siempre, para que jamás
vuelvan a conocer a su Dios y Creador de sus vidas, por medio
del Señor Jesucristo, el único salvador posible de la
humanidad entera. Entonces la desobediencia de un sólo
pecador es muerte para todos, en el paraíso o en toda la
tierra, sea quien sea la persona o ángel. Pues así también,
la obediencia de una sangre santa y justa, entonces es la
obediencia de todos en el paraíso y en toda la tierra, de hoy
en día y de siempre, en la eternidad venidera del nuevo reino
de Dios y de su humanidad infinita, redimida por los poderes
de la sangre de Cristo, para la eternidad.

Porque en la convicción del pecado de Adán, todos fueron
constituidos pecadores por el espíritu de su maldad, en
contra del Árbol de la vida, Cristo Jesús, Señor nuestro,
sean culpables o no. Pues así también en la gracia infinita
del Señor Jesucristo, por tan sólo haber cumplido y exaltado
la Ley en el Israel de siempre, entonces los que creen en sus
corazones y así confiesan su nombre santo, son constituidos
hijos e hijas para Dios, eternamente y para siempre, de todos
los hombres, mujeres, niños y niñas de la humanidad entera.

Porque el Señor Jesucristo es la gracia infinita y salvadora
de la humanidad entera, que ha salido de la Ley, cumplida y
exaltada en el corazón y en la sangre del pacto eternal del
Señor Jesucristo sobre los arboles cruzados y sin vida de
Adán y Eva, en las afueras de Jerusalén, en Israel, por
ejemplo, para fin del pecado. Y, hoy en día, ésta gran
salvación de tu vida y de tu alma viviente, realmente, ha
llegado a ti, mi estimado hermano y mi estimada hermana, para
que creas en tu verdad, en tu justicia y en tu santidad, sólo
posible en el fruto de la vida, el Señor Jesucristo, para que
regreses a tu lugar eterno, el paraíso.

En la medida en que, nadie podrá jamás regresar al paraíso de
Dios y de su Árbol de vida celestial, si verdaderamente no ha
comido y bebido del fruto de la vida, su Hijo amado, el Señor
Jesucristo de Israel y de la humanidad entera, del ayer y de
siempre. Porque sólo la gracia del Señor Jesucristo al
cumplir la Ley de Dios, en el paraíso o en la tierra,
realmente destruye el pecado del alma perdida en sus
tinieblas eternas y entonces le da vida abundantemente al
hombre, la mujer, al niño y la niña con la verdad y la
justicia santificadora de nuestro redentor, ¡el Señor
Jesucristo!

Por eso, si hoy oyes a tu Dios, llamarte para que comas y
bebas de su fruto de vida eterna, entonces no hagas lo que
Eva y luego Adán hizo, despreciar la vida eterna en su
corazón y en su alma viviente, para mal de muchos. Pero si
haces lo correcto, en tu alma. Y esto es en creer en tu
corazón y de confesar con tus labios al Señor Jesucristo,
entonces salvaras tu vida y la de muchos también, con tu fe,
centrada en la gracia redentora e infinita del Hijo de Dios,
en muchos lugares de la tierra, de una manera u otra, pero al
fin será así para gloria de Dios.

Porque la palabra divina tiene poder cuando es creída en su
verdad, en su justicia y en su santidad sin igual, en el
corazón del hombre, de la mujer, del niño y de la niña,
únicamente en el nombre del Señor Jesucristo, sin imágenes ni
ídolos de talla (para no ofender la Ley, como Adán en el
paraíso, por ejemplo). Porque exclusivamente el Señor
Jesucristo es la única gracia salvadora del paraíso y de toda
la tierra, para Adán y para cada uno de sus descendientes, en
sus millares, de toda las razas, pueblos, linajes, tribus y
reinos de toda la tierra, del ayer y de siempre, también.

Para que de esta manera, como el pecado de Adán y Eva reino
para muerte en el paraíso y en toda la tierra, desde la
antigüedad y hasta nuestros días, por ejemplo. Pues así
también, por la gracia del Señor Jesucristo, por haberse
cumplido la Ley en su corazón y en su sangre viva, entonces
sea verdad, justicia y santidad en el corazón de cada hombre,
mujer, niño y niña de la humanidad entera, comenzando con
Adán y Eva, sobre la cima de la roca eterna, en las afueras
de Jerusalén, por ejemplo.

Porque la gracia que salvaría al hombre, sólo seria posible
si la palabra de la Ley fuese honrada y exaltada en el
corazón y en la sangre del Señor Jesucristo, para luego ser
clavada a las manos y los pies de Adán y Eva junto con el
cuerpo de Cristo, para fin del pecado y cumplimiento de la
gracia redentora. Y sólo así, en esta humildad de Dios y de
su verdad infinita, todo hombre, mujer, niño y niña de toda
la tierra, que crea en su corazón y confiese con sus labios
el nombre sagrado del Señor Jesucristo, entonces podrá
regresar a su lugar eterno, para seguir viviendo su vida
celestial, libre del pecado y de la maldad eterna.

Puesto que, por la gracia del Señor Jesucristo somos salvos,
y no por la obra de ningún hombre o mujer del paraíso o de la
tierra de todos los tiempos, por ejemplo. Porque ninguna obra
del hombre podrá jamás producir el espíritu de la gracia
salvadora de su corazón y de su alma eterna, sólo la obra
infinita de la vida gloriosa del Señor Jesucristo realmente
produce el espíritu de la gracia infinita, para el bien
eterno de Adán y de cada uno de sus descendientes, comenzando
con Eva.

Y éste espíritu de la gracia celestial es la cual
salvaguardara a todo pecador de sus propios pecados y de su
muerte eterna, en la tierra y en el infierno, también, hoy en
día y por siempre, en la eternidad venidera del más allá, si
sólo cree en la gracia redentora alcanzada por la Ley en la
sangre de Jesucristo. Por lo tanto, sin éste espíritu de la
gracia salvadora del Señor Jesucristo nadie jamás podrá ver
la vida eterna, en el paraíso, ni menos a su Hacedor, ¡el
Todopoderoso de Israel y de la humanidad entera!

En la medida que, es el espíritu de la gracia del Señor
Jesucristo que guía día y noche, por montañas, por valles,
por mares, por ríos y por desiertos del mundo al alma
viviente del hombre hacia su Creador y hacia su vida
infinita, en el nuevo reino de los cielos, en el más allá. Es
por eso, que estamos llamados por Dios mismo, ha honrar y ha
exaltar al Señor Jesucristo, en nuestros corazones, desde hoy
mismo en las tinieblas de nuestros corazones y de la tierra,
también, y hasta entrar por fin a la eternidad y a la gloria
infinita del nuevo reino de Dios y de su Árbol Viviente, ¡el
Señor Jesucristo!

Dado que, ha sido exclusivamente el Señor Jesucristo quien
realmente ha cumplido, honrado y exaltado la Ley de Dios y de
Moisés, desde el corazón de la tierra y hasta lo más sumo del
reino de los cielos, aun más allá del reino de los ángeles,
por ejemplo. Y nuestro Dios es complacido en el Señor
Jesucristo, porque sólo Él ha podido cumplir y exaltar su Ley
santa, en cada uno de nuestros corazones, en nuestros
millares, de todas las razas, pueblos, linajes, tribus y
reinos de toda la tierra.

Y esto es el espíritu de la primer gracia redentora del
paraíso, llena de verdad, justicia, amor y santidad para
todos los que aman a su Creador y a su vida infinita, su
Árbol de la vida eterna, ¡el Señor Jesucristo! Porque sólo el
Señor Jesucristo descendido del paraíso, como Adán y Eva, por
ejemplo, para nacer y vivir la Ley, e ir a la cruz del
Gólgota para ser clavado sobre los arboles cruzados del
pecador y de la pecadora, sobre la cima de la roca eterna, en
las afueras de Jerusalén, en Israel, para ponerle fin al
pecado.

Alguien una vez me dijo, que a la cruz de Cristo no había
subido mujer alguna. Y yo le dije que estaba equivocado.
Porque Eva estaba clavada con Adán y el Señor Jesucristo para
recibir el perdón de Dios por haber quebrantado su palabra,
su Ley, en el paraíso, al comer del fruto prohibido, cuando
debía haber comido sólo del fruto de la vida, ¡el Cristo!
Porque sólo por medio de la Ley cumplida en cada palabra, en
cada letra, en cada tilde y en cada significado eterno,
entonces el fin del pecado era posible, y el comienzo del
espíritu de la gracia redentora en la vida del hombre,
también, eternamente y para siempre, en la tierra y en el
paraíso, para la humanidad entera.

Es por eso, que ningún hombre, mujer, niño o niña de Israel y
de las naciones, realmente, jamás pudo cumplir y exaltar la
Ley en su vida, hasta que Cristo llega a ellos, en sus
corazones y en sus espíritus humanos, sólo por el poder
sobrenatural del espíritu de la fe, de su nombre milagroso.
Porque la única manera que la Ley de Dios podía ser cumplida
en la vida del hombre de toda la tierra, tenia que ser
viviéndola, y luego ser colgado de una cruz con clavos en sus
manos y en sus pies, para derramar su sangre.

Es decir, derramar su vida por la tierra y hasta que muera y
descienda al corazón del mundo, en donde estaban las tablas
de Ley, esperando para ser libradas de la oscuridad profunda
e infinita del bajo mundo de los muertos, por ejemplo, para
ascender luego a la nueva vida, libre del poder del pecado y
de la muerte, también. Y por esta gran obra personal del
Señor Jesucristo, es que todo hombre, mujer, niño y niña de
la humanidad entera, sin que nadie se quede afuera del bien
de Dios, puede realmente gozar de los bienes eternos del
espíritu de la gracia redentora del paraíso, para no morir
jamás, sino sólo vivir la vida eterna de la Ley Divina.

Y, hoy en día, gracias al Señor Jesucristo ningún hombre,
mujer, niño o niña de la humanidad entera, no tendrá jamás
que ser clavado en un madero, como Cristo lo fue en su día
con Adán y Eva, como arboles cortados y cruzados, para que su
pecado sea muerto y la Ley cumplida en su vida, para alcanzar
la gracia. Porque el Señor Jesucristo ya lo ha hecho por una
sola vez y eternamente y para siempre, para el bien de cada
uno de nosotros, en nuestros millares, del ayer y de siempre.

Porque sólo el Señor Jesucristo podía vivir la Ley y
exaltarla en su vida y en su sangre santa, también, sobre el
altar de Dios, en la tierra y en el cielo, para ponerle fin
de una vez por todas al pecado de Adán y Eva, en el corazón
de todo hombre, mujer, niño y niña de la humanidad entera.
Entonces hoy más que nunca el corazón y el alma eterna del
hombre y de la mujer de toda la tierra, podrá realmente gozar
de la gracia del paraíso, llena de los milagros, maravillas y
prodigios sobrenaturales para enriquecer su vida y la vida de
muchos en toda la creación de Dios, del ayer y de siempre.

Y esto es verdad, porque el pecado del hombre esta muerto, no
importa su número o cuan grande sea en la tierra o en el
paraíso, como el pecado de Adán, por ejemplo; la única gracia
verdadera y salvadora de Cristo lo ha destruido todo, por
completo, para gloria infinita de nuestro Padre Celestial que
está en los cielos. Y, hoy en día, sólo la gracia de nuestro
Señor Jesucristo debería reinar día y noche y por siempre en
nuestros corazones y en nuestras vidas de nuestro diario
vivir, en la tierra y en el paraíso, también, eternamente y
para siempre.

EL PECADO NO TIENE EL PODER DE ANTES, PORQUE LA GRACIA REINA

Es por esta razón, de que el pecado no se enseñoreará de
ustedes ya más, porque ninguno de ustedes está bajo la
antigua Ley del paraíso, sino bajo la Ley en Cristo, la cual
es la gracia del fruto de vida eterna, del único Árbol de
Dios del paraíso y de la tierra, su Hijo amado ¡el Señor
Jesucristo! Porque ha sido el Señor Jesucristo quien ha hecho
que el espíritu de la gracia redentora de todo hombre, mujer,
niño y niña, salga de la Ley de Dios, al él mismo cumplirla y
exaltarla con su vida y con su misma sangre saludable, sobre
los arboles cruzados de Adán y Eva, en las afueras de
Jerusalén, en Israel.

Porque si el Señor Jesucristo no hubiese sido clavado a los
árboles cruzados de Adán y Eva, entonces la Ley no hubiese
sido cumplida en los primeros transgresores del paraíso, por
ende, no hubiese fin del primer pecado, ni el espíritu de la
gracia hubiese salido de la Ley, sino que seguiríamos muerto
bajo ella, muertos eternamente y para siempre. Pero como el
Señor Jesucristo si fue clavado a los árboles cruzados de
Adán y Eva, entonces el fin del pecado llega a Israel para
empezar de nuevo todo, para que la gracia redentora reine
sobre el paraíso, la tierra y en el nuevo reino celestial,
más no la muerte, como ha sido toda la vida del hombre sobre
la tierra.

Entones todo aquel que crea en su corazón y así confiese su
nombre santo con sus labios, tiene la verdad, la justicia y
la santidad perfecta del espíritu de la gracia, para que Dios
mismo le perdone sus pecados y llene de vida y de salud
infinita su vida, en la tierra y en el paraíso, también, para
siempre. Porque la única manera que se le podía poner fin al
pecado de Adán, en el corazón de cada uno de sus
descendientes, como tú y yo, hoy en día, mi estimado hermano
y mi estimada hermana, era si sólo el Señor Jesucristo
cumplía la Ley con su cuerpo clavado sobre el altar, en
Israel y en el paraíso, también.

Por cuanto, primero Adán y Eva tenían que cumplir la Ley
quebrantada por ellos mismos, en el paraíso, pero con el
Señor Jesucristo clavado junto con ellos y con sangre santa
uniéndolos para siempre, entren el cielo y el paraíso, para
que entonces la gracia redentora obre milagrosamente, en la
vida de muchos de sus descendientes, para salvación infinita.
Y sólo así, después de Adán y Eva haberse reconciliado con la
Ley de Dios, por medio de clavos y sangre del Señor
Jesucristo, entonces cada uno de sus hijos e hijas, en toda
la creación, podía realmente comenzar a vivir la bendición de
la Ley cumplida de Dios y de Moisés en sus vidas, para la
nueva eternidad celestial.

De otra manera, la gracia de Dios no podía salir del espíritu
de la Ley para cumplir toda verdad, justicia y santidad en
todo hombre, mujer, niño y niña de la humanidad entera, para
que vea la vida desde ya, en la tierra y en su día eterno, en
el paraíso, para la eternidad venidera del nuevo reino
celestial. Es más, era imposible que la gracia salga de la
Ley misma, si aun Adán y Eva no se reconciliasen con ella,
por medio del Señor Jesucristo en sus vidas, aunque estén
muertos en sus delitos y pecados, aun tenían que hacerlo así,
para que entonces el cumplimiento de la Ley llegue a sus
hijos e hijas en toda la creación.

Es por eso, que debemos de dar gracias día y noche a nuestro
Dios por el Señor Jesucristo, porque sólo Él ha hecho posible
que haya gracia en la tierra y en el paraíso, a la vez, para
todos los que aman la palabra y la Ley de Dios y de Moisés,
por ejemplo, en sus corazones eternos. Porque para que el
hombre vea la vida eterna, entonces tiene que haber gracia en
la tierra y así también en el paraíso, por el poder
sobrenatural de haberse la Ley de Dios cumplido en sus
corazones y en sus vidas eternas, también.

En la medida en que, si en el paraíso hubiese existido gracia
en el corazón y en la vida de Adán, entonces el hombre se
hubiese quedado a vivir su vida en el cielo, eternamente y
para siempre. Pero como no existía gracia celestial e
infinita para Adán ni para ninguno de sus descendientes en
sus corazones, porque la palabra de Dios (la Ley) había sido
quebrantada y deshonrada, entonces el hombre tuvo que salir a
buscarla, para poder entonces regresar a su lugar de siempre
en el cielo mucho después y sólo con la ayuda de Cristo.

De otra manera, el hombre ni ninguno de los suyos podría
jamás vivir ni menos quedarse a morir en el paraíso, por
haber violado el mandato de Dios, de no comer del fruto
prohibido, por ejemplo. Y esto es así y hasta hoy en día, por
ejemplo, en el paraíso y en todo el reino de los cielos, como
en la tierra de nuestros días, también. Porque quien primero
deshonra la Ley fue Eva y luego Adán, en el paraíso; puesto
que, ambos no conocían la Ley, pero Dios los sostuvo
responsables de ella, para honrarla por siempre, por medio de
su fruto de vida, su Hijo, en el paraíso y en toda su vida
eterna en el nuevo reino celestial.

Porque la realidad infinita es que sin Ley no hay vida, no
hay verdad, no hay justicia ni menos santidad para nadie,
ángel u hombre, en el paraíso, en la tierra, ni menos en La
Nueva Jerusalén Santa e Infinita del cielo, eternamente y
para siempre. Pero como Eva la deshonro y luego Adán también,
porque ambos comieron del mismo fruto prohibido, el cual es
la deshonra de la Ley de Dios y del Señor Jesucristo,
entonces Dios tuvo que castigarlos por su desobediencia, a
fin de que algún día la cumplan en sus vidas, para la nueva
vida celestial del nuevo reino infinito, por ejemplo.

Y la desobediencia de Adán y Eva fue de que ellos debieron de
haber comido de los arboles del paraíso y del fruto de la
vida eterna, también, su Hijo amado, pero jamás debieron
tocar ni menos comer del fruto prohibido del árbol de la
ciencia del bien y del mal, para no deshonrar la Ley Infinita
del paraíso. Porque si la Ley es quebrantada y deshonrada en
el paraíso o en la tierra, entonces no hay fin de pecado ni
menos el espíritu de la gracia ha de salir de ella ni del
Señor Jesucristo, menos aún, por culpa del primer pecado de
los transgresores eternos del cielo, Adán y Eva, por ejemplo.

Y es aquí cuando Adán traspasa la Ley de Dios, sin haberla
recibido aun de las manos de Moisés, en las faldas del Sinaí,
como los israelíes la recibieron en su día en la antigüedad,
por ejemplo, para sólo cumplirla, honrarla y exaltarla
eternamente y para siempre, en la vida gloriosa y sumamente
honrada del Árbol Viviente, ¡el Señor Jesucristo! Y desde
éste día adverso para el paraíso y la humanidad entera,
entonces el hombre y la mujer dejaron de vivir en la gracia
de Dios, para vivir bajo la Ley misma que habían quebrantado
para mal de sus vidas y de muchos también, en toda la
creación de Dios, y sólo hasta que la honre alguien en sus
vidas.

Como consecuencia del pecado, por quebrantar la Ley del
paraíso, entonces ahora tenían que cumplirla, honrarla y
exaltarla todos los días de sus vidas y hasta la eternidad
venidera; es decir, que no sólo Adán y Eva tenían que
repararla en sus vidas sino también cada uno de sus
descendientes, en sus millares, en todos los lugares de la
tierra. Porque si Eva y Adán no hubiesen transgredido el
mandato de Dios, de no comer del fruto prohibido, sino sólo
del fruto de la vida, entonces ninguno de ellos, ni menos sus
descendientes, hubiese transgredido la Ley, para condena y
muerte eterna de sus almas vivientes, en sus millares, por
doquier, en toda la creación.

Pero como lo hicieron, Eva primero y luego Adán, comiendo del
fruto prohibido, transgrediendo así el mandato de Dios, la
palabra inquebrantable de la Ley del paraíso, entonces ahora
ellos tenían que honrarla, cumpliéndola y exaltándola en sus
vidas, y no en el paraíso, porque el Señor Jesucristo había
sido ofendido ahí, sino en todos los lugares de la creación.
Es decir, que ahora, el Señor Jesucristo mismo tenia que
nacer como hombre, no en el paraíso, sino en la tierra, para
encontrarse con la carne y con la sangre de Adán que había
quebrantado la Ley, para cumplirla, exaltarla y honrarla
infinitamente en su carne, en su sangre, en su espíritu y en
su vida misma, para que Adán viva.

Es decir, para que Adán y para cada uno de sus descendientes,
en sus millares, en todos los lugares de la tierra,
comenzando con Eva, por ejemplo, cumpla y honre la Ley en su
vida, y así todos vean la vida eterna, desde la tierra y
hasta más allá del infinito, como en el paraíso o en La Nueva
Jerusalén. Porque todo hombre, mujer, niño y niña de la
humanidad entera, está en rebelión en contra de Dios, porque
su mandato santo, su Ley del paraíso, fue quebrantada por
Adán cuando no comió de la verdad, de la justicia, de la
santidad, del amor y de la vida eterna de su Hijo amado, para
mal eterno de muchos.

Es por eso, que cuando el Señor Jesucristo era clavado a los
arboles cruzados secos y sin vida sobre la cima de la roca
eterna de Dios, entonces los primeros clavos fueron puestos
en las manos del Señor, para introducirlos con sangre santa y
de un pacto eterno, en las manos y los pies de Eva, porque
ella peca primero. Y luego el tercer y cuarto clavo fueron a
los pies de Adán, porque había salido del polvo de la tierra,
y porque se había alejado de su Dios y de su Ley,
quebrantándola mortalmente, al caminar hacia el árbol
prohibido, para comer de su fruto, fuera de limite de la Ley,
para bendecir su vida con su gracia infinita.

Porque cuando Adán y Eva comieron del fruto vedado por Dios,
entonces transgredieron la palabra vida, la Ley del reino de
los cielos en sus corazones y en los corazones de cada uno de
sus descendientes, en sus millares, de todas las razas,
pueblos, linajes, tribus y reinos de toda la tierra. Es
decir, que ahora por la transgresión de la Ley de un sólo
pecador del paraíso, entonces todos habían pecado con él, por
igual, en aquel momento de rebelión hacia Dios, su Ley de la
vida eterna y su Hijo amado, el Señor Jesucristo, en todos
los lugares de la creación de Dios.

Porque si Adán hubiese comido y bebido del Árbol de la vida,
el Señor Jesucristo, entonces ésta misma verdad, justicia,
santidad, perfección, amor hubiese pasado hacia cada uno de
nosotros, en todos los lugares de la vida de la tierra, del
ayer y de siempre, para vida, para salud y para felicidad
infinita de nuestros corazones eternos. Pero como no fue así,
sino todo lo contrario, para mal eterno de ellos mismos y de
muchos de sus descendientes, entonces nosotros también
pecamos en contra de Dios, de su palabra, de su Ley y de la
vida sagrada del paraíso y del reino de los cielos, ¡el Señor
Jesucristo!

Es decir, que estamos obligados, por mandato de Dios, ha
cumplir, exaltar, honrar en nuestras vidas el mandato, la
palabra vida de la Ley del cielo y del Señor Jesucristo,
desde hoy mismo y por siempre, en la eternidad venidera, del
nuevo reino de los cielos, en la tierra y en el más allá,
también. Es por ésta razón, más que ninguna otra, que el
Señor Jesucristo tenia que descender a la tierra y vivir
entre los hombres, para cumplir, exaltar y honrar en su vida
sagrada la Ley del paraíso, para bien del paraíso mismo y de
su humanidad infinita, en toda su vasta creación celestiales
y terrenal, también.

Y así entonces finalmente subir a los arboles cruzados de
Adán y Eva y con clavos y su misma sangre en sus manos y en
sus pies, para exaltar el mandato de la Ley del paraíso y de
su vida eterna, el Señor Jesucristo en sus vidas y en las
vidas de sus descendientes, también, en toda la tierra. De
otra manera, Adán y Eva no podrían haber jamás cumplido en
sus vidas, en sus corazones y en sus almas eternas, el
mandato eterno de la Ley del reino celestial, sino que
hubiesen seguido perdidos eternamente y para siempre, entre
las profundas tinieblas, de las primeras mentiras de Lucifer
en sus corazones eternos, para mal y muerte de muchos.

Pero como Adán y Eva recibieron la sangre del Señor
Jesucristo y con clavos en sus manos y en sus pies, y luego
el mismo Señor Jesucristo fue herido con la lanza del soldado
romano en su quinta costilla para castigar a Eva, entonces
Adán y Eva recibieron, lo que en vida no pudieron, la Ley
cumplida, en sus corazones eternos. Y lo mismo puedes hacer
tú, mi estimado hermano, sin tener que ser clavado a los
arboles cruzados de Adán y Eva, para que cumplas la Ley con
las heridas y la sangre del cuerpo santo del Señor Jesucristo
en tu corazón y en toda tu alma viviente, sino que sólo
tienes que creer en su gracia infinita para ti.

Y esto agrada a nuestro Padre Celestial profundamente en su
corazón santísimo, para con ellos y para con sus
descendientes, para que toda justicia, verdad, santidad y
amor infinito sean cumplidos una a una en sus vidas, por el
poder único y celestial de la gracia salvadora y antigua del
paraíso de la Ley Viva. Y esto es de la Ley del paraíso
honrada por nuestro Señor Jesucristo, ni más ni menos, en su
vida y sobre la roca eterna, en las afueras de Jerusalén, en
Israel, para ponerle fin al pecado de una vez por todas y
para siempre, para que el mal de la muerte ya no tenga ningún
poder sobre ellos, infinitamente.

Y sólo así entonces el espíritu de la gracia no sólo llene de
gracia celestial de la vida del paraíso la vida de Adán y de
Eva, aun cuando estando muertos todavía en sus árboles secos
y sin vida, sino la vida de sus descendientes, también, en
toda la tierra, por el poder de la predicación del evangelio
del cielo. Y estos son realmente hombres y mujeres de todos
los cuales habían nacido y otros no aun, en sus millares, en
todas las naciones de la tierra, para que vean la luz en sus
tinieblas para vida y para salud infinita, con tan sólo creer
en sus corazones y confesar con sus labios el nombre
milagroso del Señor Jesucristo.

Ya que, sólo el Señor Jesucristo es la gracia perpetua y
salvadora del paraíso para cada hombre, mujer, niño y niña de
la humanidad entera, para que la vida eterna reine en él y en
ella y más no la muerte, como en Adán y Eva, en el cielo, por
ejemplo. Entonces para que esperar más, reciba, mi estimado
hermano y mi estimada hermana, el espíritu de la gracia
perpetua de su alma infinita, con todos sus poderes
sobrenaturales de milagros, maravillas y prodigios de los
cielos y de la tierra, para su vida y para la vida infinita
de cada uno de los tuyos, también, en toda la tierra. ¡Amén,
así lo desea nuestro Padre Celestial, en sus vidas, por obra
y gracia infinita de su Hijo amado, el Señor Jesucristo!

(¡Muchas Felicidades a Gabriela Baer por su recién nacido y,
también, a todos los nuevos padre y madres del Ecuador
entero, que nuestro Dios y su Jesucristo los bendiga con más
hijos e hijas, para el SEÑOR y para su nuevo reino
celestial!)

El amor (Espíritu Santo) de nuestro Padre Celestial y de su
Jesucristo es contigo.


¡Cultura y paz para todos, hoy y siempre!


Dígale al Señor, nuestro Padre Celestial, de todo corazón, en
el nombre del Señor Jesucristo: Nuestras almas te aman,
Señor. Nuestras almas te adoran, Padre nuestro. Nuestras
almas te rinden gloria y honra a tu nombre y obra santa y
sobrenatural, en la tierra y en el cielo, también, para
siempre, Padre Celestial, en el nombre de tu Hijo amado, el
Señor Jesucristo.

LOS ÍDOLOS SON UNA OFENSA / AFRENTA A LA LEY PERFECTA DE DIOS

Es por eso que los ídolos han sido desde siempre: un tropiezo
a la verdad de Dios y al poder de Dios en tu vida. Un
tropiezo eterno, para que la omnipotencia de Dios no obre en
tu vida, de acuerdo a la voluntad perfecta del Padre
Celestial y de su Espíritu Eterno. Pero todo esto tiene un
fin en tu vida, en ésta misma hora crucial de tu vida. Has de
pensar quizá que el fin de todos los males de los ídolos
termine, cuando llegues al fin de tus días. Pero esto no es
verdad. Los ídolos con sus espíritus inmundos te seguirán
atormentando día y noche entre las llamas ardientes del fuego
del infierno, por haber desobedecido a la Ley viviente de
Dios. En verdad, el fin de todos estos males está aquí
contigo, en el día de hoy. Y éste es el Señor Jesucristo.
Cree en Él, en espíritu y en verdad. Usando siempre tu fe en
Él, escaparas los males, enfermedades y los tormentos eternos
de la presencia terrible de los ídolos y de sus huestes de
espíritus infernales en tu vida y en la vida de cada uno de
los tuyos también, en la eternidad del reino de Dios. Porque
en el reino de Dios su Ley santa es de día en día honrada y
exaltada en gran manera, por todas las huestes de sus santos
ángeles. Y tú con los tuyos, mi estimado hermano, mi estimada
hermana, has sido creado para honrar y exaltar cada letra,
cada palabra, cada oración, cada tilde, cada categoría de
bendición terrenal y celestial, cada honor, cada dignidad,
cada señorío, cada majestad, cada poder, cada decoro, y cada
vida humana y celestial con todas de sus muchas y ricas
bendiciones de la tierra, del día de hoy y de la tierra santa
del más allá, también, en el reino de Dios y de su Hijo
amado, ¡el Señor Jesucristo!, ¡El Todopoderoso de Israel y de
las naciones!

SÓLO ESTA LEY (SIN ROMPERLA) ES LA LEY VIVIENTE DE DIOS

Esta es la única ley santa de Dios y del Señor Jesucristo en
tu corazón, para bendecirte, para darte vida y vida en
abundancia, en la tierra y en el cielo para siempre. Y te ha
venido diciendo así, desde los días de la antigüedad, desde
los lugares muy altos y santos del reino de los cielos:

PRIMER MANDAMIENTO: "No tendrás otros dioses delante de mí".

SEGUNO MANDAMIENTO: "No te harás imagen, ni ninguna semejanza
de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni
en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás ante ellas
ni les rendirás culto, porque yo soy Jehová tu Dios, un Dios
celoso que castigo la maldad de los padres sobre los hijos,
sobre la tercera y sobre la cuarta generación de los que me
aborrecen. Pero muestro misericordia por mil generaciones a
los que me aman y guardan mis mandamientos".

TERCER MANDAMIENTO: "No tomarás en vano el nombre de Jehová
tu Dios, porque Él no dará por inocente al que tome su nombre
en vano".

CUARTO MANDAMIENTO: "Acuérdate del día del sábado para
santificarlo. Seis días trabajarás y harás toda tu obra, pero
el séptimo día será sábado para Jehová tu Dios. No harás en
ese día obra alguna, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu
siervo, ni tu sierva, ni tu animal, ni el forastero que está
dentro de tus puertas. Porque en seis días Jehová hizo los
cielos, la tierra y el mar, y todo lo que hay en ellos, y
reposó en el séptimo día. Por eso Jehová bendijo el día del
sábado y lo santificó".

QUINTO MANDAMIENTO: "Honra a tu padre y a tu madre, para que
tus días se prolonguen sobre la tierra que Jehová tu Dios te
da".

SEXTO MANDAMIENTO: "No cometerás homicidio".

SEPTIMO MANDAMIENTO: "No cometerás adulterio".

OCTAVO MANDAMIENTO: "No robarás".

NOVENO MANDAMIENTO: "No darás falso testimonio en contra de
tu prójimo".

DECIMO MANDAMIENTO: "No codiciarás la casa de tu prójimo; no
codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su
sierva, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna que sea de tu
prójimo".

Entrégale tu atención al Espíritu de Dios y déshazte de todos
estos males en tu hogar, en tu vida y en la vida de cada uno
de los tuyos, también. Hazlo así y sin mas demora alguna, por
amor a la Ley santa de Dios, en la vida de cada uno de los
tuyos. Porque ciertamente ellos desean ser libres de sus
ídolos y de sus imágenes de talla, aunque tú no lo veas así,
en ésta hora crucial para tu vida y la vida de los tuyos,
también. Y tú tienes el poder, para ayudarlos a ser libres de
todos estos males, de los cuales han llegado a ellos, desde
los días de la antigüedad, para seguir destruyendo sus vidas,
en el día de hoy. Y Dios no desea continuar viendo estos
males en sus vidas, sino que sólo Él desea ver vida y vida en
abundancia, en cada nación y en cada una de sus muchas
familias, por toda la tierra.

Esto es muy importante: Oremos junto, en el nombre del Señor
Jesucristo. Vamos todos a orar juntos, por unos momentos. Y
digamos juntos la siguiente oración de Jesucristo delante de
la presencia santa del Padre Celestial, nuestro Dios y
salvador de todas nuestras almas:

ORACIÓN DEL PERDÓN

Padre nuestro que estás en los cielos: santificada sea la
memoria de tu nombre que mora dentro de Jesucristo, tu hijo
amado. Venga tu reino, sea hecha tu voluntad, como en el
cielo así también en la tierra. El pan nuestro de cada día,
dánoslo hoy. Perdónanos nuestras deudas, como también
nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y no nos metas en
tentación, mas líbranos del mal. Porque tuyo es el reino, el
poder y la gloria por todos los siglos. Amén.

Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, vuestro Padre
Celestial también os perdonará a vosotros. Pero si no
perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre os perdonará
vuestras ofensas.

Por lo tanto, el Señor Jesús dijo, "Yo soy el CAMINO, y la
VERDAD, y la VIDA ETERNA; nadie PUEDE VENIR al PADRE SANTO,
sino es POR MÍ". Juan 14:

NADIE MÁS TE PUEDE SALVAR.

¡CONFÍA EN JESÚS HOY!

MAÑANA QUIZAS SEA DEMASIADO TARDE.

YA MAÑANA ES DEMASIADO TARDE PARA MUCHOS, QUE NO LO SEA PARA
TI Y LOS TUYOS, EN EL DÍA DE HOY.

- Reconoce que eres PECADOR en necesidad, de ser SALVO de
éste MUNDO y su MUERTE.

Dispónte a dejar el pecado (arrepiéntete):

Cree que Jesucristo murió por ti, fue sepultado y resucito al
tercer día por el Poder Sagrado del Espíritu Santo y deja que
entré en tu vida y sea tu ÚNICO SALVADOR Y SEÑOR EN TU VIDA.

QUIZÁ TE PREGUNTES HOY: ¿QUE ORAR? O ¿CÓMO ORAR? O ¿QUÉ
DECIRLE AL SEÑOR SANTO EN ORACIÓN? -HAS LO SIGUIENTE, y di:
Dios mío, soy un pecador y necesito tu perdón. Creo que
Jesucristo ha derramado su SANGRE PRECIOSA y ha muerto por mi
pecado. Estoy dispuesto a dejar mi pecado. Invito a Cristo a
venir a mi corazón y a mi vida, como mi SALVADOR.

¿Aceptaste a Jesús, como tu Salvador? ¿Sí _____? O ¿No
_____?

¿Fecha? ¿Sí ____? O ¿No _____?

Si tu respuesta fue Si, entonces esto es solo el principio de
una nueva maravillosa vida en Cristo. Ahora:

Lee la Biblia cada día para conocer mejor a Cristo. Habla con
Dios, orando todos los días en el nombre de JESÚS. Bautízate
en AGUA y en El ESPÍRITU SANTO DE DIOS, adora, reúnete y
sirve con otros cristianos en un Templo donde Cristo es
predicado y la Biblia es la suprema autoridad. Habla de
Cristo a los demás.

Recibe ayuda para crecer como un nuevo cristiano. Lee libros
cristianos que los hermanos Pentecostés o pastores del
evangelio de Jesús te recomienden leer y te ayuden a entender
más de Jesús y de su palabra sagrada, la Biblia. Libros
cristianos están disponibles en gran cantidad en diferentes
temas, en tu librería cristiana inmediata a tu barrio,
entonces visita a las librerías cristianas con frecuencia,
para ver que clase de libros están a tu disposición, para que
te ayuden a estudiar y entender las verdades de Dios.

Te doy las gracias por leer mí libro que he escrito para ti,
para que te goces en la verdad del Padre Celestial y de su
Hijo amado y así comiences a crecer en Él, desde el día de
hoy y para siempre.

El salmo 122, en la Santa Biblia, nos llama a pedir por la
paz de Jerusalén día a día y sin cesar, en nuestras
oraciones. Porque ésta es la tierra, desde donde Dios lanzo
hacia todos los continentes de la tierra: todas nuestras
bendiciones y salvación eterna de nuestras almas vivientes. Y
nos dice Dios mismo, en su Espíritu Eterno: "Vivan tranquilos
los que te aman. Haya paz dentro de tus murallas y
tranquilidad en tus palacios, Jerusalén". Por causa de mis
hermanos y de mis amigos, diré yo: "Haya paz en ti, siempre
Jerusalén". Por causa de la casa de Jehová nuestro Dios, en
el cielo y en la tierra: imploraré por tu bien, por siempre.

El libro de los salmos 150, en la Santa Biblia, declara el
Espíritu de Dios a toda la humanidad, diciéndole y
asegurándole: - Qué todo lo que respira, alabe el nombre de
Jehová de los Ejércitos, ¡el Todopoderoso! Y esto es, de toda
letra, de toda palabra, de todo instrumento y de todo
corazón, con su voz tiene que rendirle el hombre: gloria y
loor al nombre santo de Dios, en la tierra y en las alturas,
como antes y como siempre, por la eternidad.



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